La seguridad social no es una hucha personalizada

Imagen: Tirelire Avenue

Hoy vamos a hablar de dónde va todo ese dinero que contribuyes a la seguridad social y qué implicaciones prácticas tiene eso.

Empecemos por una creencia muy arraigada en nuestra sociedad actual.

Muchas personas creen en que los gastos que tendrán después de jubilarse se verán cubiertos por las contribuciones que han hecho a la seguridad social durante todos los años de duro trabajo.

Claro, ¿por qué no iba a ser así? Si pagamos religiosamente un porcentaje no pequeño de nuestra remuneración profesional, sea por cuenta propia o ajena, todos los meses a la seguridad social, es natural que esperemos volver a ver ese dinero cuando más lo necesitemos, que es cuando dejamos de trabajar y queremos disfrutar de un merecido descanso.

seguridad social
Imagen de Pexels

Hasta ahí, no hay nada particularmente raro. Es una expectativa como cualquier otra. Pongo y a cambio espero recibir. Muy humano y muy natural.

El problema es otro.

El problema es que muchas de estas personas piensan que todo eso que están pagando se destina a una cuenta con su nombre que nadie puede tocar y que les estará esperando con un lacito rojo cuando se jubilen. Como si tus contribuciones se guardaran en una especie de hucha personalizada de la que sólamente tú tienes la llave.

Pero las cosas no funcionan así.

Veamos cómo funcionan en realidad y cuáles son las implicaciones.

¿Quién paga qué?

Empecemos por algunas aclaraciones.

En la seguridad social no existen cajas compartimentalizadas y personalizadas. Hay un depósito general de fondos que se nutre de las contribuciones de las personas que generan ingresos del trabajo y que se reduce con el pago de pensiones de jubilación a las personas que ya no trabajan.

Es decir, cada persona que cotiza a la seguridad social no tiene su depósito de fondos individual, sino que contribuye a un fondo general que paga las pensiones de los que ya no cotizan.

Ya, pero si he cotizado tengo un derecho que puedo reclamar cuando llegue el momento, ¿no?

Ejem… no.

Realmente, no tienes nada.

Si los fondos se acaban y el Estado cambia las reglas, eso es lo que hay. No hay puerta a la que puedas llamar para reclamar tus supuestos derechos. Y esa es la mayor evidencia de que no tienes realmente nada. Sólo tienes la esperanza de que el sistema siga funcionando.

El problema es que las cosas no van en buena dirección. Y algunas de las causas son estructurales: Aumento de esperanza de vida, natalidad precaria, escasa inmigración productiva… todo lleva a una tendencia muy clara hacia una sociedad de cada vez menor número de cotizantes y cada vez mayor número de pensionistas.

Y eso lleva a la descapitalización progresiva de la seguridad social y el sistema de pensiones. Lo cual se traduce en una menor probabilidad de que esa supuesta pensión pública en la que tanta esperanza depositamos cubra nuestros gastos de jubilación.

¿Cuáles son las implicaciones prácticas de todo esto?

Veamos.

En primer lugar, es necesario que aceptes la realidad de la dinámica del sistema: Tu dinero paga la jubilación de los demás y no tienes ninguna garantía de que vaya a haber dinero cuando te toque a ti cobrar, porque dependes de que los que vienen detrás de ti contribuyan lo suficiente.

Una vez hayas interiorizado esta idea, la conclusión es obvia:

Poner tus esperanzas en manos del Estado es una estrategia muy peligrosa.

Imagen de Foundry

Está en juego tu supervivencia económica y emocional en una fase de tu vida en la que serás más vulnerable y conviene que adoptes otra estrategia más sólida que ésa.

Y esa estrategia es, sencillamente, solucionar las cosas tú mismo.

Construir una caja individual y personalizada, pero hacerlo tú, al margen de la seguridad social y la intervención del Estado.

¿Cómo? Muy sencillo. Hemos hablado de eso cientos de veces en este blog. Ahorrando e invirtiendo. Una vez, y otra, y otra, hasta que el paso del tiempo te lleve donde quieres llegar.

Y si después la seguridad social viene en tu rescate cuando te jubiles porque aún quedan fondos, mejor que mejor. Pero eso es la guinda de la tarta, no la tarta.

La tarta la haces tú.

¡Dale bola, Moneytimer!

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